CRIAMOS APRENDIENDO

Cuando decidimos por nuestros hijos, ¿hasta qué punto es por ellos o por nosotros?

 

Cuando llegó la hora de buscar colegio para mi hija, me empezaron a asaltar dudas sobre cuál era la mejor opción. La que estaba cerca de casa, la que decidiera la administración según los puntos, la que dedicaba más tiempo y de más calidad a la educación emocional, la que me hiciera sentir más segura, etc...

 

Sentí que era una decisión muy importante y que tenía muchas opciones. Antes de saturarme del todo, decidí llevar el tema al taller de constelaciones.

 

La facilitadora me hizo escribir en cinco papelitos el nombre de las escuelas, y después de escoger a un representante para cada una, a un representante para mi hija.

 

Ella dio los papelitos a los representantes de las escuelas sin que yo supiera cuál era cuál. Me coloqué al lado de cada representante y vimos cómo nos sentíamos mi hija y yo.

 

Con la primera representante, mi hija no me soltaba la mano y se movía un poco nerviosa. Nos estuvimos unos momentos hasta que pasamos a la siguiente.

 

Con la segunda, esta se había arrodillado para estar a la altura de mi hija, pero una vez delante, hubo algo que no acabo de fluir, así que pasamos a la tercera representante.

 

Con la tercera no estuvimos ni medio segundo.

 

Con el cuarto representante, mi hija se paró a mirarlo curiosa y tardó un poco más en querer moverse al siguiente.

 

Con la quinta también estuvimos unos segundos, mirándose la representante y mi hija mutuamente.

 

Una vez visitadas todas las escuelas, mi hija quiso volver a verlas. Así que volvimos a hacer el paseo.

 

Con la primera, esta pasó a ponerse de cuclillas pero la niña quería seguir adelante y yo me sentía demasiado observada, como si lo que le importara a la escuela fuera más yo que mi hija.

 

Sobre la segunda, vi que miraba más a la niña pero tampoco me acababa de convencer.

 

Con la tercera y la cuarto no me sentí mal del todo, pero sentía que tenían otros intereses.

 

Así pues, con quien más a gusto me sentí fue con la quinta representante. Y a mi hija también era quien le gustaba más. Sin embargo, algo me decía que no estaba realmente a mi alcance.

 

Nos pusimos a ordenar a las cinco escuelas por prioridades. A quien primero escogí, fue al cuarto representante, luego a la segunda (porque se enfocaba mucho en la criatura y eso para mí es importante en este momento), luego a la quinta, después a la primera y por último a la tercera representante.

 

Seguía muy atraída hacia la quinta escuela, ya que algo me decía que había alguna posibilidad, aunque las probabilidades reales estaban en la cuarta y en la segunda.

 

Desvelamos los papelitos que era cada representante. La escuela que había priorizado era una de las de mi localidad, que, aunque no me acababa de convencer, era la que tenía más posibilidades. Y, en cambio, la segunda y tercera opción eran las que me gustaban del pueblo de al lado. Sentir la atracción que sentía hacia la quinta opción me reafirmaba la importancia que le daba a su programa psicológico y de educación emocional, aunque fuera un poco más difícil entrar.

 

Aun teniendo muchas razones, había algo en mí que todavía me hacía dudar, no quería perder la seguridad que me daba la escuela de la localidad, aunque no quisiera ir. Y fue hablando que me di cuenta de que, aunque pidiera esa plaza, hubiera renunciado a ella porque prefería mucho más las otras dos escuelas.

 

Al acabar el ejercicio, no solo reafirmé la decisión que me estaba negando en mi cabeza, sino que me di cuenta de que había querido desplazar la decisión fuera de mí. Pensé en lo que me removía a mí de esta decisión y por qué era tan importante para mí que mi hija fuera a una escuela con un buen trabajo emocional.

 

 

Ese día llegué al taller con una pregunta, y salí con una respuesta y mucho trabajo interno por hacer.